Hoy, el poder de las palabras me ha sajado la cara como cuchillas heladas, demostrando que puede cortar y romper con tanta intensidad como cuando crea lazos.
Y es que hablamos muy rápido y pensamos lento.
Y a ti, gota de miel que resbalaste tu dulzor entre mis carnosos labios debo este momento. Débote a ti yo la oportunidad de dejarme admirar lo duro que puede ser ver una flor marchitar.
Así como pequeña gota fuiste tu sabor fue intenso y corto, dijiste querer mi carne, escribiste sobre piel amar... pero gracias, porque en arena escribiste lo que yo escribo en piedra.
No sé cómo explicar lo extraño que es ver cómo lo que es hoy no lo es mañana.
Si pensáramos aunque sea cinco minutos lo que vamos a decir, el mundo no sería lo que ante nuestros ojos hoy es.
Si lo que haces es responder ante impulsos y desahogas en palabras cada vez que uno sientes, esa gota dulce pasa a ser ponzoñosa, corrosiva, porque más vale tragarse el propio veneno que envenenar a otro.
Pero yo ya no estoy para envenenar, mi propia mente, anticipada, crea un antídoto al sentir el envenenamiento del amor. Porque eso es lo que es, es un veneno dulce que mata y vida da, es tan paradójico como el respirar, que cada calo de aire te mata y te hace vivir y no puedes dejar de respirar ni respirar continuamente siempre, hay un espacio, un tiempo para inhalar y otro para exhalar. Hay un tiempo para reír y otro para llorar, hay un momento para amar y otro para desamar.
Doy un espacio y tiempo a ese veneno, intento no agitarlo ni dejarlo quieto y así pasa a ser una gota dulce que ha de ser saboreada, y esa gota pasa a ser parte de un enorme mar el cual se evapora y vuelve a dejar llover.
No obstante al ser corrosiva deja una marca que varía en tamaño, más grande o más pequeña.
Describo hoy a las personas como gotas dulces, ponzoñosas y corrosivas, dulces pero peligrosas, hermosas pero tramposas.
Pero así como hay un momento para vivir y otro para morir hay un tiempo para ser dulce como miel o amargo como un trago espeso de café.
