Con ella, mis ojos se cerraron para profundizarse en un caótico sueño...
El viento golpeaba con fuerza y junto a él, el polvo arañaba mi rostro como pequeñas y diminutas dagas afiladas. Aquel sitio parecía el infierno, totalmente llano y abrupto, sin rastro de vida, aunque con aquel sofocante calor no podría existir vida.
Sentía algo, sentía como si mi cuerpo me agradeciera el contacto, aunque demasiado intenso y molesto.
Extendí mis brazos y dejé que las ráfagas de viento me transportaran a otro lugar, a otra sensación.
Ahora todo era distinto, donde antes el calor resecaba mi piel, ahora se resentía. Por ella corría un color morado, expandiéndose por todo mi cuerpo y masacrando cada célula de la dermis.
Mis labios agrietados, me provocaban una sensación irritable.
Los microscópicos copos de nieve volaban en mi dirección, no podía moverme. Mi cuerpo no reaccionaba.
El sueño parecía infinito, una tortura magistral creada por el temor más grande y extraño del subconsciente.
Temblé una vez, todo se azotó y caí por una abisal fosa que se había creado a mis pies.
Un pozo sin fondo, me agobiaba. La tensión había paralizado cada músculo, impidiendo que pudiera reaccionar.
Un vacío presionó mi pecho y no podía respirar, me ahogaba. Me resultó eterno ese lamento y como si hubieran dinamitado, mis ojos se abrieron al momento, obligando a la retina expandirse para que me devolviera a la realidad, a la verdad real y existente.
Asustado, dirigí mi mirada a mi alrededor. No había de qué asustarse. Ella se encontraba a mi lado, durmiendo paciente.
La pena, el dolor, la rabia, la impotencia, el llanto, la agonía, la desesperación, reventaron en mi interior provocándome una tortura mayor que la soñada.
Acerqué mi mano a su rostro y la acaricié. El vacío floreció en mi pecho, abriéndome la herida que estaba patente día a día, hora tras hora, minuto tras minuto y segundo a segundo.
Tan cerca que la tenía y no poderla sentir, no poder notar su piel, no poder recibir su calor...
Un universo nos separaba mientras un lazo salía de nuestro interior y se unían en medio de todo y de la nada, enlazando un mismo corazón...
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