No ha llovido lo suficientemente fuerte como para anegarse
mi camino de agua. Aún así tuve una temporada donde mis rodillas se veían
cubiertas por un caudal oscuro y tormentoso que discurría hacia un inhóspito
lugar, hacia ese lugar voy yo.
La monotonía de la corriente me aburría, y no hablemos del
frío que escalaba desde mis pies hasta la punta de los pelos de mi cabeza,
dejando tras de sí una fina capa de escarcha helada que con cada corriente de
aire nuevo, generaba otra descarga gélida. Era horrible. A veces pensaba que
caminaba en círculos. Las señales que aparecerían por el camino me frenaban y
me obligaban a dar otra vuelta. Era como una especie de Sísifo, pero en vez de tener
que empujar una piedra, cargaba sensaciones y pensamientos que terminaban dando
tanto peso, o más, que la roca. Siempre me he visto asqueado por ello. Siempre
me he preguntado por qué tengo que cargar con errores ajenos sin escuchar un
<lo siento> que haga más amena la tortura. Hoy día observo la cara de
resignación, miro ese caminar cimbreante, escucho ese <lo siento>. Pero
los hechos hablan, y la sangre sigue derramada. Es la decepción y la sensación
de amargura que me dan, al observar algo que pudo no ser, pero fue. Más ese es
el devenir, algo que tuvo origen, fluyó, se desarrolló y culminó. Tras él sólo
queda el desierto. No quedan bonitas sensaciones, ni hermosos recuerdos. Queda
un desierto con una flor en el centro del mismo. Es eso a lo que llamamos
esperanza, pero yo he querido arrancarla, para mí no existe la esperanza. El
agresivo viento y la tierra seca matarán esa flor que se alimenta de un algo
que no existe. Se alimenta de una ilusión… es eso, una ilusión.
Pienso que es algo con lo que tendré que vivir siempre. Con
raspaduras y magulladuras que no curarán, no dejarán de sangrar… y no por
egoísmo o rencor, sino porque hay heridas que sólo pueden ser curadas por quien
las originó.
Vivo en un constante devenir, no sé qué pasará ni qué está
pasando. No me importan los grandes objetivos, tampoco me importan las grandes
metas. No espero llegar a ningún lado, sólo quiero saber dónde estoy. No quiero
miles de amigos, solamente quiero un amigo que me hable siempre con la verdad,
aunque duela. Le pido sólo una cosa, lealtad. Yo soy leal si veo que hay un
mínimo de cuidado sin engaños. Si te soy sincero, mis padres me han traído a
este lugar desconocido, lleno de anónimos y secretos, un lugar donde siempre
hay nubes oscuras que cubren una hermosa perla; la humildad. Pero para qué
vamos a mentirnos si nuestra primera reacción es ocultarla, pensando que así
seremos más fuertes y que gozaremos de algo durante un instante más, hasta que
la nube se disipe. Y si esta no ha dejado translucir la perla que cubre,
terminará difuminándose en su propia mentira. Sólo lo que al principio consigue
mostrar su belleza más pura, es lo que al final seguirá brillando. Cuando digo
esto siempre pienso en el comienzo del universo, que fuese como fuese, ha
brillado desde el principio y aún continúa… reluciente, cambiado pero
brillante. Esto es aceptar el devenir, eso que surge, pasa y culmina. Aceptarlo
es reconocer que aunque quede sólo un desierto cuando hubo algo de vida, ese
desierto es hermoso, porque tras él hubo algo y sobre él podrá llegar a haber
otra cosa.
Escribo porque estoy brillando, intento aprender a brillar
cada vez con más pureza, como lo que soy y quien soy. No me importa donde esté
ni cómo esté, sólo quiero esa lealtad de alguien que quiera brillar al igual
que yo. Sólo quiero a esa persona que aunque no sepa definirme lo que es amor,
quiera dejar hasta el último de sus intentos por conseguirlo definir. Porque yo
he nacido solamente para aprender a amar, no para aprender a ocultar mi amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario